GAMBUSINO POR NECESIDAD
-Don Amado es gambunsino por que desde que se lesionó las mineras ya no lo contratan
Melchor Ocampo, Zac.-Es casi medio día en este municipio del semidesierto zacatecano, donde se han registrado lluvias que no han sido suficientes para lograr que se recuperen las plantas de aquí, pocas personas en la calle, los imponentes cerros lucen entre un verde opaco con rayas de tierra blanca deslavada por todas partes.
Allá a la orilla del poblado, hay un arroyo, a lo lejos se puede ver un pequeño montón de jales que no tiene nada en común con los enormes cerros que hacen las grandes compañías mineras, se escucha el ruído constante de un pequeño molino, muy rudimentario en el que se mueven incesantemente las piedras y la tierra de donde se extraerá apenas unos gramos de mineral.
Don Amado Ramírez es propietario de dicho molino, trae puesta una playera blanca manchada de tierra roja de los jales que arroja a un lado de su vivienda, camina con dificultad, aún así aprieta el paso, es un poco arisco, y habla como con temor, prefiere no decir todo.
A pesar de lo difícil y peligroso que resulta extraer pequeñas porciones de oro para sobrevivir, a don Amado no le queda de otra, en su juventud, trabajó para varias compañías mineras, en la última le cayó una vigueta encima que le dañó el pié.
“Ahora ya estoy viejo, yo creo que por eso ya no me dan jale, pero yo todavía trabajo, no me da miedo, sigo echándole ganas para sacar adelante a mi familia y me gustaría tener un buen trabajito”.
Y es que el hombre señala que el trabajo que desempeña es difícil, ya que se tiene que trasladar en burro hasta algunos cerros donde él sabe que hay mineral, en los mismos traer el material para luego en el pequeño molino procesarlo y luego extraer unos dos gramos de oro.
“No saca uno mucho, apenas sí nos pagan como unos 600 pesos por los dos gramos que extraemos con tanto trabajo, para ello, viene gente de otros lugares a comprarnos lo poquito que sacamos, y ahorita con lo caro que está todo, nos alcanza para muy poco”.
Amado Ramírez recarga su cuerpo en un tubo que se encuentra clavado en la tierra, sube las manos y en ellas se pueden ver las huellas de la dificultad de su trabajo, sus uñas están carcomidas, pero su rostro a pesar de ello derrocha felicidad, pues asegura que tiene ganas de trabajar, pero en las compañías mineras ya no lo contratan.
De esta actividad, en su casa se mantienen tres familias, la de él y las de sus dos hijos, quienes ayudan a acarrear el agua para lavar los minerales con botes de manteca que se van desocupando.
El patio de su vivienda, luce lleno de piedras, botes, el molino funcionando y al fondo los jales que son arrojados a un lado.
La preocupación de don Amado no es solo su problema del hueso del pié que quedó lastimado, sino también que su esposa está enferma de diabétes, y “aunque en la presidencia hay nos dan a veces un trabajillo, pues casi no nos alcanza para las necesidades que tenemos, por eso yo quisiera tener una chamba fija”, concluye, mientras tanto uno de sus nietos lo observa jugando en la tierra que trajo del cerro.
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